La noche de nuestras vidas. No podía ser de otra manera, había que sufrir, estar al borde del llanto (algunos ni al borde) y arrebatar la epopeya al enemigo para hacerla nuestra. Cual protagonista de película que se ve en la lona durante toda la historia para alzarse en los últimos instantes contra su antagonista, noqueando en el momento menos esperado cuando saboreaba las mieles de un triunfo jamás producido. Pero vayamos por partes.
Disparos al pie. El partido se sucedió bajo el guion esperado, el Real Madrid tendría la posesión y el Atlético esperaría para buscar los contraataques e intentar finalizarlos en disparo a puerta o en córner o en falta, sus únicas armas. Como siempre, los experimentos deberían hacerse con gaseosa, y en una final de Copa de Europa ni eso. Simeone decidió que más allá de experimentar con cosas extrañas, lo mejor era sacar a Diego Costa. Nueve minutos duró el angelito de la placenta de yegua, y en el debe de muchos queda que las casas de apuestas no abriesen una ventana para apostar en que minuto caería, quizás porque muchos iban a acertar de que no aguantaba ni diez minutos decidieron que mejor perder dinero de otra forma, que siendo el Atlético era más que posible, y además reventando la banca.
Ancelotti mientras tanto decidió que la final era un buen momento para volver a los orígenes, aquellos en los que con Xabi Alonso lesionado, y también Asier Illarramendi, lo mejor era poner a Khedira en una posición que no es la suya y para la que no está preparado. Si bien Sami hizo su trabajo como mandan el canon alemán, no podemos vestir de Príncipe a un obrero a repartir poemas de amor a sus compañeras de clase. Y el Madrid, como se antojaba en la previa gozó de más del 60% de posesión contra un Atlético organizado y un Madrid que no encontraba respuestas para fluir el balón con un Benzemá que apenas compareció, un Cristiano a la mitad y unos Di María, Modric y Bale que no podían hacer todo el trabajo. Finalmente, como aquel partido del Calderón que recordaba hace dos días, decidió que Isco y Marcelo eran las respuestas. Y vaya si lo fueron.
Las finales se ganan, no se juegan. La primera parte de la final fue, posiblemente, una de las más aburridas de la historia, el Atlético apenas proponía y el Madrid de poco disponía. Seguramente si alguien se hubiese puesto un Levante-Osasuna de la jornada 9 no habría visto más diferencia que la del pelazo de Gareth Bale. Y en el tedio llegó el gol del Atlético, otra vez de la nada, como ese gol al Getafe en el Coliseum, balón a media distancia, alguien decide ponerla a la olla y a ver que surge, y surgió. Casillas decidió que ayer era un buen día para quitarse los temores, de salir de debajo del larguero y lanzarse cual Bodo Illgner a por el balón, y quizás a medio camino una revelación le vino a la mente de que ese no era él, que no le podía gobernar el espíritu aventurero y decidido de los porteros de élite, que mejor volver. Y cuando quiso volver Godín se adelantó a Khedira por alto (extraño, pero cierto) y el balón voló muy despacio hacia la portera, muy rápido para Iker, que intentó sacarlo sin éxito, se traicionó a sí mismo en esa medio salida, y su “ángel”, el de los milagros, decidió que le diesen por donde amargan los pepinos, que esa se la comía.
Lo que sucedió a partir de ese momento fue una gran agonía. Castrados por el fallo de Casillas durante 55 largos minutos el Madrid no pudo más que buscar el asedio, y permítanme recordar de nuevo ese 2-2 en el Calderón. Todo parecía igual pero con el marcador en contra, con la final perdida y con la Décima evaporada. Hasta que apareció él.
DSRG. Esta Champions tendrá inscrita para siempre el nombre del Real Madrid, pero para nosotros, al lado estará su nombre. Sergio Ramos García, el de Camas, el Churu, Canelita, el jugador más expulsado del Real Madrid, el futbolista que vino hace 8 años y que hasta hace poco tenía un curriculum escueto más allá de sus éxitos con la Selección. Lejos queda aquél penalti mandado al cielo de Madrid, esta temporada, la que empezó dubitativo y mal, como para pedir su cabeza trasladada a Milán, decidió darnos dos meses inolvidables, del “Churu busca su gol para a saber que celebración tiene preparada” a convertirse en el máximo goleador del Madrid en este periodo. Se elevó en el Allianz Arena, y decidió emular el vuelo del águila benfiquista en Da Luz. En el minuto 93, la zona de los héroes, como la de aquel Manchester hundiendo al Bayern en el Camp Nou hace 15 años. Dijo Juanito que “90 minuti en Bernabéu son molto longo”, discrepo, 90 minutos contra el Real Madrid son muy largos. Y con Sergio Ramos en el campo, eternos.
MarcelIsco. Tardó el cambio, pero llegó. Lo demandaba el Real Madrid desde el minuto 0. Bueno, lo demandaba el Madrid desde agosto, y es que los grandes equipos se deben a los mejores, y Alarcón es definitivamente otra cosa de este deporte, un jugador claramente definitivo, destinado a triunfar en los grandes acontecimientos, alguien que no se esconde, que no da 70 asistencias, pero al que no le hace ni falta dar una, su control de balón, del tiempo, de saber lo que quiere el equipo es impagable. Lo demostró en Mestalla en la final de la Copa del Rey, y ayer en 60 minutos, repartidos entre la segunda parte y la prorroga dio un clinic de como jugar al fútbol, colocación, trabajo táctico, técnico, esfuerzo defensivo, pocas veces hizo algo equivocado.
El otro protagonista fue Marcelo. Sustituyó a Coentrao, poco exigido en defensa (por no decir nada), en ataque se encontró con sus “carencias” de carrilero largo clásico, que ante una defensa ordenada del Atlético poco puede hacer. Y en el caos de la ofensiva incontrolable contra la defensa numantina, ahí, en ese espacio, Marcelo se mueve como pez en el agua. Le encanta, le motiva o simplemente su desordenado talento como lateral casa con el desorden cuando el Madrid se envalentona hacia la portería rival. Sus movimientos hacia el centro bailando con el balón cuando está entonado son una delicia, y es una lástima que no quiera, o no pueda, estar siempre así. Suyo fue el 3-1, el de la sentencia. Premio merecido a su partido, y al éxito de Ancelotti con los cambios.
El fideo herniado. Di María volvió a romper el partido, considerado mejor jugador de la final, desequilibró siempre que pudo a un lateral rival que siempre necesitaba ayudas para pararlo, pero pasados 110 minutos Ángel voló, se deslizó con sus flacuchas piernas por el flanco izquierdo, dribló endemoniadamente como solo él sabe hacer, sacó un regate casi imposible para plantarse delante de Courtois. Mereció el gol, pero nadie le quita un ápice de mérito a su galopada, y el final de esa jugada, el rechace y el salto de Bale, que intentó por todos los medios anotar su gol, lo consiguió cabeceando viendo imposible que con los pies no era posible. Colocó el balón en la escuadra, entre el larguero y el poste, si había que marcar el gol de la final, que fuese bonito, ¿no?
Curiosa la historia de estos dos futbolistas intrínsecamente ligada a lo largo de la temporada. La demanda de Di María por un puesto que parecía impuesto para Bale, el argentino buscó su acomodo (y no la tocada de huevada aquella) en el centro del campo, donde empezó a relucir. Se vieron dudas en el enlace de los dos, pases de Di María que nunca llegaban a producirse en dirección al galés, mientras este agachaba la cabeza con humildad y trabajo. Finalmente han acabado entendiéndose, como una vez Figo y Zidane, al final uno no podía ser sin el otro y uniendo su trabajo han llegado los dos éxitos de esta temporada, Copa del Rey y Copa de Europa. Altamente protagonistas, una pareja destinada a ser una sociedad imponente.
La Décima. Durante toda la temporada, y los últimos dos años, he intentado evitar esa palabra. Como una maldición, siempre refiriéndome a ella como la Copa o el trofeo a conseguir, pero nunca hablando de conseguir ese número. Ahora, por fin ya se puede decir, la Décima, ya está aquí, podemos hablar de ella como una realidad, no como un objetivo o una obsesión. Para mí, llega como aquella Séptima, como un alivio a una generación de aficionados que se había instalado en el pesimismo, ahora podemos buscar la próxima, esta ya no nos la quita nadie, y la forma de lograrla será siempre recordada, ante el máximo rival de la ciudad y con la épica que nos ha hecho grandes. ¡Hala Madrid!




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